Alejandra, ávida de poseer un costoso gato, recurrió a un acto deshonesto: falsificar un cheque de su padre para adquirirlo. Sin embargo, su plan fue descubierto y enfrentó la ira paterna.

Desesperada, intentó deshacer el trato con el vendedor del gato. Ante la negativa de este, recurrió a la violencia, acabando con la vida de dos jóvenes. Esta pequeña travesura terminó en tragedia, con Alejandra encarcelada por homicidio intencional calificado.

¿Cuándo comenzó el tormento de Alejandra? Cada acto malicioso que perpetraba, creyendo salir impune, aumentaba su deuda con el pecado. Tarde o temprano, el pecado pasó la factura.

La Escritura advierte: «Algún día les llegará el castigo por ese pecado» (Números 32:23 DHH). Aquel que roba, frauda o miente sin ser descubierto, cree evadir las consecuencias. Sin embargo, el pecado cobra su precio.

¿Por qué ocurre esto? Porque las acciones forman hábitos, y estos moldean el carácter. William James señala: «Nada de lo que hacemos se borra». Además, cada acción prepara el terreno para futuros actos similares.

¿Cómo evitar que el pecado cobre su factura? Siguiendo el camino de Cristo, evitando el mal desde su inicio. Como dice la escritora cristiana: «Si no hemos de cometer pecado, hemos de evitarlo desde sus comienzos» (Mente, Carácter y Personalidad, p. 333).

Que el Espíritu Santo nos guíe para rechazar el mal desde el principio.

Por Fernando Zabala

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